El comienzo y las causas de la Segunda Guerra Mundial en Europa son de sobra conocidas, pero si nos movemos a Asia, el nivel de conocimiento de la persona media es bastante inferior. Si preguntásemos a un grupo aleatorio de personas, la inmensa mayoría nos dirían que la Segunda Guerra Mundial en el entorno de Asia-Pacífico comienza cuando el 7 de diciembre de 1941 Japón ataca Pearl Harbor. Nada más lejos de la verdad, pues la guerra llevaba luchándose ya cinco años en China cuando el ataque a Hawái tuvo lugar, siendo la Segunda Guerra sino-japonesa, y no la invasión de Polonia, el verdadero punto de partida de la contienda mundial, si bien el teatro del Pacífico y el Europeo-Africano eran tan diferentes, y tuvieron tan poca relación entre sí, que podemos considerar la Segunda Guerra Mundial como la suma de dos guerras totalmente distintas pero con los mismos actores. Esto en el caso de los Aliados claro está, pues italianos, alemanes y demás europeos rara vez colaboraron con japoneses.
¿Pero por
qué Japón se embarcó en una guerra contra Estados Unidos? ¿Por qué atacó Pearl
Harbor? Bien sabido es que Estados Unidos impuso un duro embargo de petróleo y
otros materiales al Imperio japonés, razón por la cual el país nipón se lanzó a
la conquista de Indonesia y a una guerra a gran escala contra las potencias
coloniales de Europa. Y es aquí donde se encuentra el principal error a la hora
de entender la historia, el error de creer que este embargo fue una
respuesta en solidaridad con los chinos, sometidos a una ocupación
extremadamente cruel y atroz. Es cierto que el gobierno de Roosevelt hizo
especial hincapié en la solidaridad internacional y en lo referente a temas
humanitarios. La Declaración de los Derechos Humanos, redactada por iniciativa
estadounidense, es el más claro ejemplo de ello. Pese a esto, las verdaderas causas que
llevaron a Japón a la guerra con Estados Unidos se remontan a varias décadas
antes de la administración Roosevelt, cuando dos potencias emergentes que
compartían un mismo océano comenzaron a competir.
Estados Unidos y Japón suelen ser comparados en el contexto de la Revolución Industrial, pues ambas naciones se industrializaron relativamente tarde si las comparamos con Europa. No obstante, los casos estadounidense y japonés son extremadamente diferentes. Si bien el país norteamericano entró en la Revolución Industrial más tarde que muchos países europeos, para mediados del Siglo XIX estaba mucho más industrializado que naciones del Viejo Continente como Rusia o España. Además, fue un proceso lento si lo comparamos con Japón, país al que precisamente Estados Unidos obligó a abrirse a Occidente, lo que inevitablemente obligó al Imperio a industrializarse si no quería acabar sumiso como China tras las guerras del opio. Y es que el rapidísimo proceso de industrialización nipón, en el contexto de la Revolución Meiji, no puede entenderse sin el papel estadounidense. Cuando en 1854 el comodoro Matthew Perry obligó, bajo amenazas de bombardear Tokio, a los japoneses a firmar el Tratado de Kanagawa que puso final al aislamiento del shogunato Tokugawa, Estados Unidos estaba llevando a cabo una campaña imperialista en el entorno del Océano Pacífico, imperialismo económico que acabaría dando paso al imperialismo militar a finales de siglo, con la Guerra hispano-americana, la intervención en la Guerra civil samoana y la anexión del Reino de Hawái. Pero ¿por qué este interés en el Océano Pacífico? La respuesta es simple: China, el mayor mercado del mundo.
China,
gobernada por la decadente Dinastía Qing, nunca fue colonizada de la misma
forma que ocurrió con la India o con Indochina. Si bien las potencias europeas,
y posteriormente Estados Unidos y Japón, se hicieron con el control de
importantes enclaves comerciales, siendo Hong Kong el caso más famoso, los Qing
conservaron, en teoría, su integridad territorial, no así su economía, controlada por actores extranjeros. Las distintas potencias
occidentales comenzaron a competir por el mercado chino, siendo la competencia
entre Estados Unidos y Japón la más intensa junto a la existente entre el Reino
Unido y Alemania y la de Rusia con el Imperio del sol naciente.
La
rivalidad entre ambos países pronto pasó de China a otros puntos de la zona del
Océano Pacífico: Filipinas, América Latina y prácticamente cualquier
región en la que existía una comunidad de emigrados japoneses era escenario de
rivalidad comercial entre norteamericanos y nipones. La campaña colonial estadounidense en el Pacífico, si bien comenzó antes de la Revolución Meiji, se vio reforzada en parte como
una forma de adelantarse a los japoneses, que también tenían los ojos puestos
en territorios como Filipinas o Hawái, que finalmente acabaron bajo la dominación estadounidense. Este último caso es el más evidente de
todos: Consciente de las aspiraciones imperialistas de los norteamericanos, el
rey hawaiano Kalākaua había intentado ponerse bajo la órbita japonesa
concertando un matrimonio entre su sobrina y un príncipe japonés. Igualmente,
miles de nipones emigraron al archipiélago hawaiano. En 1896 de los cien mil
habitantes que tenía el reino, un cuarto eran japoneses. Con todo, los
intentos del gobierno del Emperador Meiji de hacerse con Hawái se vieron
frustrados una vez el archipiélago fue anexionado por los americanos en 1898.
Una vez
los rusos fueron derrotados por Japón en 1905, la principal preocupación de los
nipones pasó a ser Estados Unidos. En el país asiático existía un cada vez
mayor sentimiento de aversión hacia los estadounidenses, sobre todo debido a la
fuertísima discriminación sufrida por los japoneses inmigrantes en tierras
americanas. Más allá del racismo propio de comienzos del Siglo XX, el odio
hacia los japoneses de Estados Unidos tenía sus raíces en las redes comerciales
establecidas por los mismos, punto de entrada de productos extranjeros en un
país donde el patriotismo estaba en boga. El período inmediatamente anterior a
la Primera Guerra Mundial en Estados Unidos estuvo caracterizado por un fuerte
nacionalismo, algo propio de un país en plena construcción. Fue la época de John
Philip Sousa y de William Randolf Hearst, la época en la que las revistas Puck
y Judge, con sus características caricaturas, popularizaron las
personificaciones de Columbia y el Tío Sam. Una época que ha pasado a la cultura popular de la mano de Bioshock: Infinite y su paródica visión de esta Belle Époque americana. El racismo era algo común, sobre
todo por parte de los estadounidenses de origen anglosajón y protestante. Si
italianos, irlandeses y centroeuropeos, aún siendo blancos, eran objeto de una
fuerte discriminación, el odio contra los asiáticos, hispanoamericanos y negros
estaba ya a otro nivel.
Sin embargo, las quejas
japonesas respecto a la discriminación vivida por la diáspora nipona en Estados
Unidos resultan hipócritas si tenemos en cuenta que el trato dado a los
inmigrantes chinos y coreanos en Japón era incluso peor. Ejemplo de ello lo
constituyen las masacres que siguieron al terremoto de Kanto de 1923, en las
cuales cerca de seis mil coreanos, así como izquierdistas japoneses, fueron
asesinados por civiles nipones que les acusaron de perpetrar robos y saqueos.
Con todo, el trato a las comunidades japonesas residentes en el extranjero se
convirtió en uno de los principales puntos de la diplomacia nipona. Durante las
negociaciones del Tratado de Versalles de 1919, la delegación japonesa puso
sobre la mesa la llamada Propuesta de igualdad racial, la cual no salió adelante
debido a la intervención del gobierno estadounidense. Tras haber derrotado a
China en 1895, a Rusia en 1905, haberse hecho con el control total de Corea en
1910 y haber arrebatado numerosas posesiones coloniales a Alemania durante la Primera
Guerra Mundial, el Imperio japonés se estaba constituyendo como una potencia,
que si bien no llegaba a tener el mismo poder que el Imperio británico o el
francés, podía ser perfectamente equiparable a potencias de segundo orden como
Italia o los Países Bajos. El país nipón sin embargo nunca tuvo, debido a su
condición de país no blanco, el reconocimiento esperado. La Propuesta de
igualdad racial buscaba acabar con esta situación por un lado y mejorar la
situación de la diáspora japonesa por otro. Y es que la discriminación hacia
los japoneses se materializó en una serie de políticas, medidas y leyes como la
de Australia Blanca de 1901, dirigida sobre todo a los chinos pero también
hacia japoneses e indígenas de islas del Pacífico, o la Ley de Extranjería de
California de 1913. Tras la Primera Guerra Mundial las leyes discriminatorias
contra los japoneses siguieron redactándose en los Estados Unidos, como la Ley
de inmigración de 1924, comúnmente llamada Ley de exclusión asiática, ley a
nivel federal que a efectos prácticos prohibió toda inmigración nipona a
Estados Unidos.
La
implementación de estas leyes es contemporánea al aumento de la rivalidad
comercial e industrial de ambas naciones, acompañada de una carrera de
armamentos, sobre todo en el plano naval. Ambos países fueron pioneros en el
campo de los portaviones además de desarrollar ambiciosos programas de
submarinos. La economía nipona estaba estructurada en torno a los llamados zaibatsus,
conglomerados empresariales que solían combinar empresas industriales con bancos
para su financiación. Ejemplo de ello lo encontramos en Mitsubishi, que contaba
con su propia entidad bancaria, el Banco Mitsubishi, que tras fusionarse con el
UFJ Bank Ltd. durante la crisis económica de la década 1990 pasó a llamarse The
Bank of Tokyo-Mitsubishi UFJ, y con una gran cantidad de subsidiarias dedicadas
a la actividad industrial: fundiciones, fábricas de aeronaves y motores y
astilleros, sobre todo. Los zaibatsus de Mitsubishi, Yasua, Mitsui y Sumimoto
formaban un oligopolio, el denominado grupo de los Cuatro Grandes, con una
gigantesca influencia en los asuntos y decisiones del Estado. Una de las
principales causas de la anexión de Manchuria de 1931-1932 fue la necesidad de
nuevas fuentes de materias primas, sobre todo carbón, para sustentar la
industria de Japón, país que a diferencia del gigantesco Estados Unidos tenía
pocos recursos naturales en su territorio. Las campañas expansionistas del
Imperio japonés en Asia no se pueden entender sin tener en cuenta la cuestión
económica y los intereses de la burguesía oligopolista.
Para mediados
de la década de 1930, incluso antes del estallido de la guerra total contra
China, la enemistad entre Japón y Occidente, y en particular con Estados
Unidos, había llegado a un punto de no retorno. El país nipón centró sus
esfuerzos diplomáticos en el apoyo a los independistas de la India y el Sudeste
asiático bajo la máxima de Asia para los asiáticos, lo que obviamente aumentó las tensiones entre Japón y Reino Unido, Francia y los Países Bajos. Los
motivos del cada vez más militarizado gobierno japonés son complejos. Por un
lado, la motivación ideológica de liberar a Asia del yugo occidental era real,
si bien los propios gobernantes japoneses no escondían que dentro de su
proyecto de una Asia para los asiáticos, Japón tendría un rol privilegiado, el
liderazgo indiscutible dentro de este nuevo orden. Por otro lado, es innegable
que los nipones querían dominar económicamente al resto de pueblos, no
solamente para hacerse con el control de sus materias primas, sino también
para controlar el mercado de estos países, monopolizando la exportación desde
Japón de productos manufacturados, lo mismo que buscó, y consiguió, hacer
Estados Unidos en América Latina.
La entrada
de tropas japonesas en la Indochina francesa en septiembre de 1940 fue la gota
que colmó el vaso. Estados Unidos establece, junto a Reino Unido y las Indias
Orientales neerlandesas, la actual Indonesia donde todavía tenía autoridad el
gobierno neerlandés en el exilio, un embargo de acero, hierro y petróleo a
Japón, un duro golpe pues el 80% del crudo empleado por el país asiático
provenía de los pozos estadounidenses. El gobierno de Fumimaro Konoe no estaba
dispuesto a ceder a las demandas estadounidenses, abandonar China e Indochina.
La guerra estaba ya en el horizonte. El reticente Konoe acabó por dimitir,
siendo sucedido por el belicoso Hideki Tojo, bajo cuyo mandato tuvo lugar el
ataque a Pearl Harbor y la campaña expansionista por el Sudeste Asiático.
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