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LA DECADENCIA ESTADOUNIDENSE. NUEVA GUERRA FRÍA Y MUNDO MULTIPOLAR

 Corren tiempos extraños, tiempos cambiantes en los que todo parece indicar que el orden establecido tras el final de la Guerra Fría, un mundo unipolar con Estados Unidos como potencia hegemónica, está llegando a su fin. En treinta años, incluso en veinte, el mundo ha cambiado de forma radical, no tanto en Occidente, como sí en China, la nueva gran potencia, y en Rusia, geográficamente situada en Europa pero muy alejada a nivel político del resto del continente. Los discursos simplistas y maniqueos inundan las redes pero sobre todo los medios de comunicación, o más bien medios de intoxicación, sobre todo a raíz de la invasión rusa de Ucrania. Lo que está ocurriendo ahora mismo es mucho más que una guerra, es un cambio de paradigma, el inicio de un nuevo episodio en las relaciones internacionales a nivel político, social y económico. ¿El final de la globalización? ¿La vuelta al mundo bipolar de la Guerra Fría? ¿O uno tripolar con China actuando por su cuenta? En primer lugar, repasemos un poco lo ocurrido en los últimos treinta años.

Pocos imaginaban en la década de 1990, bajo el caótico, pero no por ello menos autoritario, gobierno del borrachín Boris Yeltsin, que un nuevo telón de acero se alzaría en las fronteras orientales de Europa. De lo que si había indicios era de que China se iba a constituir como una gran potencia, lo que no quita que la consolidación de la República Popular como un adversario al nivel de los Estados Unidos, y me atrevería a decir que incluso superior al gigante americano en muchos aspectos, haya supuesto un shock para Occidente.


Vladímir Putin y Xi Jinping en Pekín durante los juegos Olímpicos de Invierno de 2022

La década de 1990 fue un período peculiar. El bloque comunista había caído, el hasta aquel entonces desorbitado crecimiento industrial de Japón daba paso a una profunda crisis que frustró los planes del país nipón de constituirse como potencia de primer orden y los Estados Unidos se veían con el poder de iniciar agresivas campañas imperialistas por todo el globo: solamente en la década de 1990 los gobiernos de Bush y Clinton realizaron ataques en Irak, Yugoslavia, Haití, Somalia y Sudán. Fue la edad de oro del poderío militar estadounidense. Basta con ver las producciones hollywoodienses para ver que los soviéticos habían sido sustituidos por una diversa variedad de antagonistas tercermundistas que iban desde africanos hasta yugoslavos, pasando como no por los árabes, a los que habría que sumar terroristas occidentales a medio camino entre el nazismo y el Unabomber. Lejos quedaban ya los tiempos de Amanecer Rojo y de Stallone y James Bond apoyando a los muyahidines afganos.

A medida que avanzaba la década, el sueño de una Rusia liberal, por no decir sumisa a Occidente, se desvaneció en las montañas de Chechenia y en los cañonazos de Yeltsin sobre el parlamento. Igualmente, las esperanzas occidentales de una China democrática, surgidas a raíz de las protestas de Tiananmén de 1989, acabaron por desaparecer a la par que las empresas estadounidenses, europeas y japonesas llevaban su producción industrial a China. Sin embargo, las aventuras imperialistas de los Bush y Clinton en África, el Caribe y Oriente Próximo desviaron la atención de una China en expansión y de una Rusia deseosa de recuperar su papel en el mundo.

El nuevo milenio comenzó con los traumáticos e impactantes atentados del 11 de septiembre de 2001, el Leitmotiv de la política estadounidense de los últimos veinte años. El foco de atención mundial siguió estando en Oriente Próximo y mientras los americanos terminaban de devastar un Irak ya debilitado tras diez años de sanciones y esporádicos bombardeos estadounidenses y que poco o nada tenía que ver con Al Qaeda, China seguía creciendo. Al igual que ocurrió con Japón en la década de 1980, una guerra comercial había comenzado.

The Coming War With Japan, libro de 1991 en el que se argumentaba que la guerra comercial entre Estados Unidos y Japón acabaría por dar lugar a una guerra abierta, un escenario bastante similar al que se vive hoy en día con China. Sin embargo, la crisis inmobiliaria japonesa acabó por poner fin a la guerra comercial.

La relación entre Estados Unidos y China durante la década de 2000 fue bastante positiva si la compramos con la relación con Rusia. Putin, que a comienzos de década era bien recibido en los países occidentales, de la misma manera que se hacía con Yeltsin, para finales del decenio ya se había convertido en un problema para los Estados Unidos y sobre todo para la Unión Europea. La expansión de la OTAN en Europa central, oriental y balcánica a lo largo de las décadas de 1990 y 2000 en un claro intento de cercar a Rusia empeoró las relaciones entre bloques. La guerra entre Rusia y Georgia en 2008 fue el primer choque tras el final de la Guerra Fría. Pero fue durante la presidencia de Obama, con la crisis del Euromaidán y Crimea, cuando se produjo la ruptura. Las relaciones entre el bloque atlantista y Rusia habían pasado de la tensión a la confrontación. Para los demócratas estadounidenses Putin se convirtió en el coco, de la misma manera que para los republicanos lo es Xi Jinping, y se le acusó incluso de amañar las elecciones de 2016 para otorgar la victoria al ególatra, pero por otra parte relativamente aislacionista (dentro de lo que el sistema permite claro está) Donald Trump.

Trump, una estrella televisiva en la Casa Blanca. No era la primera vez que algo así ocurría, pues ya en los ochenta el actor Ronald Reagan, el gran privatizador y cruzado anticomunista con su actitud de pastor protestante, se había hecho con la presidencia. Pero Trump, con su fama de hortera millonario putero, era muy distinto a Reagan. Dejando de lado que estuvo bastante lejos de cumplir la gran mayoría de sus promesas electorales, incluyendo su famoso muro con México, Trump se caracterizó por actuar libremente, despidiendo de forma constante a asesores y secretarios, lo que obviamente le convirtió en una figura incómoda para el establishment. Puede que Trump fuese un charlatán patético y demagogo, pero si algo ha quedado claro es que su presidencia fue un incordio para numerosos elementos de la élite de Washington. Trump no se molestó en ocultar sus simpatías hacia Rusia a la vez que elevaba las tensiones con China. Como bien se dijo antes, el camarada Xi es el hombre del saco de los republicanos estadounidenses, el culpable de todos los males de su país.La victoria de Biden en las elecciones de 2020 pilló por sorpresa a muchos, ya que todo parecía indicar que Trump sería reelegido. Los trasnochados seguidores del trumpismo no tararon en acusar a China de haber amañado los comicios. Los demócratas que se reían de la idiotez de los trumpistas parecen olvidar que en 2016 ellos mismos decían que Putin había hackeado al sistema electoral. El berrinche de Trump fue tal que sus partidarios acabaron ocupando el Capitolio en enero de 2021. El senil Biden heredó una crisis abierta con China, a lo que habría que sumar lo ocurrido en Ucrania y la humillante, pero inevitable, derrota en Afganistán.

De cualquier forma, es imposible volver a las relaciones China-Estados Unidos pre Donald Trump. Biden, o más bien los que manejan a la cadavérica marioneta del Despacho oval, saben que, para Estados Unidos, China es una amenaza mucho mayor que Rusia, centrada y concentrada sobre todo en Europa. Analistas como por ejemplo el mediático Pedro Baños creen incluso que las tensiones China-Estados Unidos en el entorno de Asia-Pacífico podrían llevar a una guerra abierta una vez la decadencia estadounidense llegue al punto de no retorno. Los torpes movimientos diplomáticos de Estados Unidos, alternando presidentes anti chinos y anti rusos, han acabado por llevar a un acercamiento entre estos dos países, que durante las etapas finales de la Guerra Fría tenían una muy mala relación, basta con ver lo ocurrido en la  Isla de Zhenbao en 1969.

¿Estamos ante un posible bloque único China-Rusia? Ambos países son miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái y colaboran activamente en el campo económico y militar. Tras las sanciones occidentales a Rusia producto de la invasión de Ucrania, y sobre todo a raíz de la expulsión de varios bancos rusos de la red SWIFT y de la cancelación de los servicios de VISA y MasterCard en Rusia, las empresas financieras chinas se hacen una gran parte del mercado ruso, sobre todo la empresa de tarjetas de crédito UnionPay.

Ya antes del comienzo de la invasión, durante los juegos Olímpicos de Invierno de Pekín, celebrados entre el 2 y el 20 de febrero de 2022, Putin y Xi Jinping se reunieron, declarando que las relaciones entre ambos países habían entrado en una nueva época. Nada une más que un enemigo común, aunque si bien Putin se encuentra enemistado con Europa Occidental, China, tal vez con la excepción de Reino Unido y en menor medida Alemania, no tiene problemas con los países de la Unión Europea, un importante socio comercial del gigante asiático.

Sin embargo, la invasión rusa de Ucrania no ha sido del todo bien recibida por el gobierno chino, con una política exterior centrada, con la excepción de Taiwán, en el comercio, como si de la Venecia renacentista se tratase. China desea paz y estabilidad, pues las guerras perjudican a sus poderosas redes comerciales. El gobierno de Xi busca evitar pronunciarse sobre el tema ucraniano. El 19 de marzo de 2022 se supo que, en palabras de medio de noticias sobre geopolítica Descifrando la Guerra, China ha estado presionando a Indonesia para que no incluya la guerra entre Ucrania y Rusia en la agenda de la próxima reunión del G20, que se celebrará en Bali a finales de este año. El tweet continúa Beijing asegura que el cónclave ha de centrarse en la cooperación económica internacional. Esto concuerda con el discurso realizado en la reunión del Foro Económico Mundial de Davos de 2022. Según recoge la Agencia EFE, Xi, que compareció por invitación del fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, comparó la globalización con un río: "Pese a que en un río existen contracorrientes, estas no pueden detenerlo en su avance hacia el mar" y explicó que la globalización "nunca ha variado y no variará su curso.

El discurso de Xi, para desgracia de los frikis pro chinos de Twitter, supuestos marxistas que creen que para 2030 China pondrá en marcha el verdadero socialismo, sintetiza a la perfección la política exterior china, que en contraste con el plano económico interior, perfectamente planificado al más puro estilo soviético, es una política ante todo neoliberal y librecambista, contraria al proteccionismo, contra el que Xi también cargó duramente en Davos. Paradójicamente, ha sido Rusia, ante las sanciones de la última guerra, el país que ha actuado de forma más proteccionista en los últimos años. La guerra de Ucrania ha supuesto un punto de inflexión en el ámbito económico. Se ha barajado incluso que la globalización como tal es algo imposible e incompatible con el imperialismo, con la enemistad entre potencias que compiten por mercados.

El mundo está cambiando y todavía es pronto para saber en que dirección avanza. Europa vuelve a ser una vez más el principal foco de tensión, pero la delicada situación en Asia, con la cuestión de Taiwán y la enemistad fronteriza entre China y la India, indudablemente también condicionará el futuro.

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